Entrevista realizada por Alfredo Dillon


Beckett y los argentinos

Miguel Guerberof se apasiona al hablar de Samuel Beckett. Es, precisamente, el dueño y director artístico de una sala que lleva el nombre del irlandés, en el Abasto porteño (Guardia Vieja 3556).
En el teatro se respira una atmósfera decididamente beckettiana: por todas partes se ven unos árboles pelados, de distintos materiales y colores, que recuerdan al de Esperando a Godot. Guerberof es experto conocedor de la obra de Beckett. No porque la haya estudiado en la universidad, sino porque reconoce en sí mismo una afinidad profunda con el autor. Eso lo llevó, a lo largo de los últimos cuarenta años, a poner en escena casi todas las obras de Beckett.
Desde la famosísima Esperando... hasta las menos conocidas, incluidas algunas adaptaciones hechas por el propio Guerberof a partir de novelas y relatos, la sala Beckett vio pasar por su escenario más de una docena de obras del autor.
La relación de Guerberof con Beckett se remonta a sus épocas de estudiante, cuando una profesora le leyó Esperando a Godot en italiano. "En ese momento, me pareció que era la obra más importante que se había escrito en el siglo xx", confiesa.

-¿Por qué decidió ponerle a la sala el nombre de Beckett?
-Ponerle nombre a la sala es una complicación. Todos los nombres que se te ocurren ya están registrados. Acá hay una sala dedicada a Roberto Payró, otra dedicada a Molière, y me parece que Beckett es, por lejos, el autor dramático más importante del siglo xx. Beckett es uno de mis mitos, un mito de la cultura. Incluso yo lo compararía con los tres grandes momentos de la literatura contemporánea: Joyce, Proust y Kafka. Es un autor que ha influido de manera decisiva en toda la producción teatral del siglo. No hay obra importante que se haya hecho después de Esperando a Godot y Final de partida que no tenga influencia de Beckett.

-¿Por qué?
-Todo lo que se creó después de Esperando a Godot es más de lo mismo. Beckett no se ha superado porque estuvo adelantado cincuenta años. Recién ahora la gente entiende sus obras. Recuerdo el estupor que se producía las primeras veces que hice Beckett. Cuando, en los años ‘60, dirigí Acto sin palabras II, la gente no lo entendió. Después de treinta años lo volví a hacer tal cual lo había hecho, y ahora la gente captaba mucho más.

-¿Cómo es hoy la relación del público con las obras de Beckett?
-Beckett es un clásico. La gente va a ver sus obras como va a ver Rey Lear de Shakespeare. Ahora Beckett es un consagrado. Y tiene el problema de que se lo trata como a un consagrado, entonces los directores dicen: "¿Cómo vamos a tocarle una coma? ¡Es Beckett!" Pero eso es caer en un respeto excesivo, ridículo. Me parece que hay que reinterpretar a los autores. La gracia de hacer arte es esa. ¿Para qué lo voy a copiar? Cada época, cada generación interpreta la obra de otra manera. En Irlanda, por ejemplo, hoy Beckett se hace a nivel casi popular. Yo tengo un libro que me regalaron hace muy poco con fotos de las últimas producciones, y hay una cantidad enorme de actores del cine haciendo Beckett. John Hart hizo Krapp, the last tape; incluso se cortó el pelo al estilo Beckett. Albert Finney ha hecho Solo, Stephen Rea hace Beckett todo el tiempo. Acá Beckett va tardar más en ser masivo. Nuestro teatro es muy distinto, tiene una impronta muy fuerte del grotesco y el realismo. Sin embargo, Beckett está cada vez más cercano a la gente.

-¿Cómo fue la recepción de la obra de Beckett en la Argentina?
-Durante años Beckett no tuvo cabida en nuestro país. No se lo conocía, o se lo conocía a través de malas versiones. La primera vez que se hizo una buena versión de Esperando a Godot en Buenos Aires fue en 1958, con Jorge Petraglia y Leal Rey. Poco después Petraglia dirigió Los días felices, con Luisa Vehil. Las críticas fueron durísimas. Con el tiempo se superó esa visión negativa y, desde entonces, hubo alrededor de ocho versiones de la obra. Final de partida también se hizo varias veces; casi todas se han hecho alguna vez en el país. Beckett vino a llenar un espacio de desilusión en mi generación. Nosotros recibimos los coletazos de lo que fue existencialismo, los beatniks, la posguerra. Un mundo que creía que se había liberado del fascismo y el nazismo, pero se encontró con las matanzas de Stalin. Me parece que la postura estética de Beckett está absolutamente implicada con esa época. Él empezó a concretar mundos que no estaban expresados en lo dramático, pero sí en la narrativa y en la poesía.

-¿Qué relaciones hay entre el teatro de Beckett y el teatro argentino?
-Históricamente los dramaturgos argentinos supusieron que el teatro tiene que tener un compromiso social, en el sentido de compromiso político. Beckett lo tiene, pero no de modo explícito. Se decía, por ejemplo, que Beckett era reaccionario, pero él participó del movimiento de la Resistencia francesa.El teatro argentino clásico tiene una tendencia realista muy fuerte. Beckett, en cambio, apuesta por la irrealidad. Todo el teatro de Beckett es un recuerdo del recuerdo, como la famosa magdalena de Proust. Las obras de Beckett se arman a partir de retazos nostálgicos del pasado.Además, Beckett es un autor que habla de la muerte, mientras que acá entre los autores teatrales siempre hubo una especie de optimismo, de fe en el hombre. Beckett habla de los conflictos de Job, antiguos como la Biblia. Me acuerdo que cuando yo hice por primera vez Final de partida, en los años ‘80, un actor conocido me dijo: "Está muy bien, pero es un poco pesimista, ¿no?" Estábamos en plena época del así llamado "Proceso de Reorganización Nacional", donde uno no tenía por qué ser optimista. Beckett está hablando de un hombre que ha perdido los espacios de la libertad. En ese sentido, era muy pertinente con lo que nos pasaba en Argentina.
¿Cuánto supo Beckett sobre Argentina?
-Difícil precisarlo. En 1961 compartió con Jorge Luis Borges el Premio Formentor, otorgado por el Congreso Internacional de Editores. Durante varios años ambos fueron candidatos al Premio Nobel, hasta que el irlandés lo ganó en 1969. En 1982 aparece una mención oscura de la Patagonia en su obra Catástrofe. Entre los escritores argentinos cuenta con varios herederos: desde Griselda Gambaro hasta Roberto Cossa, pasando por Alejandra Pizarnik. Lo cierto es que, desde aquella primera función de Esperando a Godot en los años ‘50, las obras de Beckett no han dejado de reponerse en los teatros argentinos. Tal vez esto se deba a su consagración como auténtico clásico. O, acaso, a que los argentinos tenemos una afinidad especial con los irlandeses, por compartir con ellos ese espacio que privilegiaba Borges: la periferia.


Publicación: Diciembre 2006

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